Fallece Antonia Ferrín Moreiras, primera astrónoma gallega

http://www.elpais.com/articulo/sociedad/Fallece/Antonia/Ferrin/Moreiras/primera/astronoma/gallega/elpepusoc/20090810elpepusoc_11/Tes

Himno del Ateneo

Aunque seamos enemigos de este tipo de cosas, éste podría ser un buen himno para nuestra sociedad.

Un poco de historia: salones, cafés...

Aprovecho para copiar a continuación unos artículos de José Vidal-Beneyto, aparecidos el año pasado en El País. Tienen mucho que ver con la empresa que estamos acometiendo. Como sé que nuestros lectores son gente letrada, me evito disculparme por la extensión.

Espacios de civilidad

JOSÉ VIDAL-BENEYTO 29/07/2006

La autonomía es una de las grandes conquistas de la modernidad. Autonomía de las conciencias, de los comportamientos, de las personas, de los colectivos. Autonomía frente a las tradiciones, las instituciones y los poderes que sólo se consolida cuando puede apoyarse en estructuras ideológicas y en ámbitos simbólicos que garanticen su ejercicio. Autonomía que inaugura nuevos territorios en los que el individuo es el soporte fundamental de la comunidad, el productor por excelencia de la sociedad, en el que lo público se interioriza en lo privado que es su efectivizador más eficaz. En el estudio de Claude Gautier sobre el pensamiento de Bernard Mandeville, Adam Ferguson y Adam Smith L'invention de la société civile, PUF, 1993, vemos cómo surge y se fundamenta este espacio, en el que el individualismo moral hace convivir virtudes e intereses y en el que la autolimitación de la libertad de uno en función de la libertad de los demás, conjuga la independencia de los individuos con la autonomía de los sujetos destinados a constituir un conjunto complementario y convivencial. Por lo demás, esta convivencia fáctica sólo es posible gracias a una serie de mecanismos institucionales y de pautas de sociabilidad, de carácter sistémico o no, que apuntan a la afirmación de la soberanía del área civil. Las diversas concepciones de sociedad civil, desde las más amplias o generalistas hasta las más restringidas, requieren para su funcionamiento pautas y mecanismos fundados en un aprendizaje que sólo puede practicarse si se dispone de los instrumentos adecuados para ello. Desde mediados del siglo XVII y sobre todo en los siglos XVIII y XIX los Salones cumplen esa función y se constituyen en uno de los dispositivos más eficaces para crear alternativas al poder, real primero y republicano después y para producir sociabilidad civil.

Un salón es para Anne-Martin Fugier (Los salones de la III República, editorial Perrin, 2003) antes que nada una personalidad, en la inmensa mayoría de los casos una mujer -la única excepción notable que se cita es la del salón de Charles Nodier-, que congrega en su torno una serie de personas sobresalientes de las artes, las letras, las ciencias y la política para hablar. Pues el eje cardinal de todo salón es la palabra, su ejercicio por antonomasia es la conversación culta, aunque sirva también para otros propósitos, como el intercambio de informaciones sobre lo que pasa, los temas del momento; o la representación de obras teatrales y la lectura a los críticos literarios y culturales de la producción de los autores que asisten a ellos; la creación de corrientes de opinión mediante el lanzamiento de ideas y movimientos ideológicos y culturales; y la promoción de sus participantes para ayudarles a conseguir posiciones ministeriales o para ocupar sillones en las Academias como hicieron Mme. Lambert y su salón para la designación como académico de Montesquieu, o Mme. de Tencin para la de Marivaux y Mme. du Deffand para la de D'Alembert. La interacción entre los mejores salones y las Academias fue constante y de aquí la importancia que tuvieron en la evolución de la lengua francesa.

Esta sociabilidad a la par cultivada y mundana se ejercitaba desde una informalidad muy formalizada, a días y horas fijas, distinguiendo entre grandes y pequeños días según la calidad de los invitados y el alcance de los temas a tratar, al igual que se abordaban las cuestiones más privadas en la primera sesión, antes de la comida, reservando las de la tarde para los problemas de mayor calado. El rasgo más característico del salón, lo que le constituye en tal, es la existencia y práctica del ingenio -l'esprit-, hasta el punto de que se descalificaba el lugar donde faltaba diciendo que no se trataba de un salón, sino de un comedor. Los salones despojan a la Corte de la exclusividad de las reuniones culturales y del monopolio de la sociabilidad mundana y crean un espacio, hasta entonces inédito: el de la civilidad. Entendida como la puesta en escena pública de actores eminentes pero privados y la institución de una pedagogía de las buenas maneras que, desde la urbanidad individual y la intervención microgrupal, confiere a la sociedad, no sólo plena autonomía, sino el papel de primer protagonista.



El culto de la cultura

JOSÉ VIDAL-BENEYTO 02/09/2006

Los salones son en Europa a partir del siglo XVII los Templos de la cultura y el instrumento de su culto es la palabra cuyo ejercicio encuentra en la conversación su práctica más eminente. Promovidos y mantenidos por damas de la alta sociedad, que son sus sacerdotisas; artistas, escritores y músicos actúan como oficiantes a los que rodean un coro de acompañantes que ensalzan su inspiración y comentan sus excelencias. París, su centro por antonomasia, multiplica estos lugares de celebración que forman una malla cultural a la que acuden los creadores consagrados por la fama y los que aspiran a serlo. En cada época histórica unos salones-faro polarizan la atención, adoptando causas y modos que les dan un perfil propio.

En la primera mitad del siglo XVIII el salón de la Duquesa del Maine sirve de plataforma-refugio a Voltaire cuando vuelve a Francia en 1746 y lanza las Noches de Sceaux que ponen de moda las fiestas nocturnas. Mme de Tencin recibe en el Hôtel Colbert una representación de escritores, como Fontenelle, Marivaux y Montesquieu, músicos como Couperin y Rameau, al pintor Watteau y a numerosos actores que arropados por la aristocracia, defienden a los Modernos frente a los Antiguos. El salón de Mme de Tencin se especializa en el debate filosófico y se alinea con las posiciones de los enciclopedistas y la Ilustración, opción que tendrá gloriosa continuación en el salón de Mme Geoffrin que reúne a todas las cabezas del enciclopedismo (D'Alembert, Turgot, Condillac, Helvetius, Diderot, Condorcet) y recibe el calificativo de Musa de la Enciclopedia.

Los salones son una onda cultural que desde París se extienden a las principales ciudades europeas. En Berlín, Federico II y su esposa la reina Sofia-Dorotea introducen los salones, al igual que Caroline de Hesse-Darmstadt y la duquesa Ana-Amelie de Sajonia, ésta última ayudada por Goethe hace de Weimar un lugar de inesquivables encuentros con la cultura. Lady Montaigu en Inglaterra, organiza en torno de Pope, un salón por el que pasan los más notables artistas y creadores de su tiempo. En el siglo XX los salones ceden su protagonismo y su función a reuniones informales que se celebran en cafés, librerías, etc., y se centran en temas específicos. Los salones representan una de las grandes conquistas de la sociedad civil en su voluntad de diferenciarse del poder, tanto monárquico como republicano. En estos microespacios públicos, la parte más dinámica de las minorías cultivadas y las gentes del mundo del pensamiento de las Artes y de las Letras, lograron constituirse, por obra y gracia de la cultura, en avanzadilla de la sociedad civil. En el elemento más razonablemente pugnaz de su clase dirigente.



Un café para Sócrates

JOSÉ VIDAL-BENEYTO 23/09/2006

Comencé hace varias semanas en esta columna un ejercicio consistente en la elucidación histórica y actual de los espacios públicos de la privacidad parisiense. Nos ocupamos primero de los cafés; de ellos pasamos a los pasajes, y ahora estamos en la presentación de los salones, cuyo gran momento fue el siglo XIX. Los salones pierden protagonismo en el siglo XX en virtud de la prevalencia de lo popular y democrático, que deslegitima la condición elitista del salón; y del primado de la autonomía y la informalidad difícilmente compatibles con el talante regentador de las saloneras. Con lo que la función y la actividad de los salones se desplaza a territorios sin casi condicionantes, como las librerías, los cafés, etcétera.

En 1992 un profesor de filosofía del Instituto de Estudios Políticos de París, Marc Sautet, un militante de la popularización de la filosofía, empieza a reunirse los domingos por la mañana en el Café du Phare, en la plaza de la Bastilla de París, con un grupo de amigos para "hablar de filosofía". A esas reuniones las llaman cafés filosóficos, y su emblema es el que titula este artículo. En una entrevista en la radio ese mismo año cuenta su experiencia, y el eco es extraordinario multiplicándose los cafés filosóficos en París y en toda Francia. Hoy desaparecido Sautet, la expansión prosigue y el número de ellos en Francia supera ya los 150, con casi un centenar en París. La experiencia se ha extendido a otros países, sobre todo francófonos, como Bélgica, Suiza y Canadá, y en todas partes conserva su vocación de educación popular, de pedagogía participativa de aprendizaje mediante la discusión. Los cafés filosóficos, resultado casi siempre de iniciativas individuales, buscan el respaldo de soportes institucionales, como universidades, asociaciones culturales, revistas, etcétera. En Canadá, por ejemplo, la Universidad Concordia; en Bruselas, la asociación La Filosofía en la Ciudad; en París, la asociación Nueva Arcadia, la revista Agora, el grupo Philos, etcétera. Para información sobre todo relativa a los cafés filosóficos por Internet, véase http/www.philos.org y http//membres.lycos.fr.

Aunque la espontaneidad sea el rasgo dominante, han tenido que establecer ciertas reglas de funcionamiento. La más importante, la elección de un animador que encuadra los debates, dando la palabra a los intervinientes, impidiendo las interrupciones, pidiendo mayores explicaciones, rogando que se acorte una intervención que se alarga demasiado; proponiendo conclusiones breves que deberán aprobar los intervinientes, etcétera. Lo que no puede hacer nunca el animador es manifestarse en favor de una u otra opción intelectual o ideológica. El soporte teórico básico de los cafés filosóficos es la mayéutica socrática, que frente a la tabula rasa aristotélica que funda la creación filosófica en la aportación del saber formalizado y reconocido, confía esa tarea al espíritu humano en su confrontación con la palabra del otro, en la capacidad germinativa de una disposición interior movilizada por el diálogo/debate. Estos cafés han sido objeto de fuerte contestación por la academia filosófica y publicaciones cultas tales como Le Monde de l'Education, Magazine Littéraire, etcétera, que los han acusado de populismo filosófico y de banalización, cuando no falsificación del saber de la filosofía. Esta objeción que no carece de fundamento ignora que el propósito de estos lugares no es entrar en el análisis de los sistemas filosóficos, sino por una parte someter a debate público los grandes temas de nuestras sociedades contemporáneas, y, por otra, impulsar la práctica de la ciudadanía mediante la aceptación del otro y la escucha y el respeto de sus opiniones aunque disienta de ellas. Los cafés filosóficos, que otros llaman cafés políticos o ciudadanos, tienen que vivir con el oxímoron a cuestas que les hace existir: querer ser populares y rigurosos. Con todo, esta voluntad de introducir pensamiento y compromiso en las conversaciones de café es un proyecto valioso. En el que podrían tomar pie nuestras tertulias madrileñas -Café Gijón, Alabardero, Café Comercial, etcétera- para reforzar su tradición de lugares de discusión y debate.



Nós

Unha das maiores e máis repetidas falacias que se escoitan por aí é isa que di que todas as opinións son respectables…

Grande erro…Confúndese o respecto ao dereito a expresar opinións co respecto ao contido das mesmas. Non estaría de máis lembrar ao vello Voltaire cando dicía aquilo de “detesto o que dis pero defendería ata a morte o teu dereito a dicilo”.

As opinións están para ser criticadas, analizadas, fundamentadas…hai que darlles a volta e miralas por todos os costados…e as que resistan merecerán provisionalmente o noso respecto.

Malia levarmos uns cantos anos de democracia carecemos dunha verdadeira cultura de debate. Baixo esa denominación agóchanse con frecuencia os berros, os insultos, as aldraxes, a simple reiteración dos propios puntos de vista, os “slogans” do políticamente correcto…cando non directamente o lixo co que nos obsequian os medios de comunicación.

Precisamos espazos e tempos para a reflexión, para o diálogo sosegado, para o exercicio consciente da nosa condición de cidadáns libres e racionais.

Este Ateneo que nace é a nosa aportación a esa tarefa. Somos un grupo aberto a todas as persoas. Non pedimos ningunha credencial nin outorgamos certificacións de nada. Ofertamos a posibilidade de transformar a información en coñecemento, a certeza en interrogación, a convicción en exercicio de pensamento…

Se queres compartir algún destes obxectivos…este pode ser un bo lugar para ti.