Fallece Antonia Ferrín Moreiras, primera astrónoma gallega
Himno del Ateneo
Un poco de historia: salones, cafés...
Espacios de civilidad
JOSÉ VIDAL-BENEYTO 29/07/2006
La autonomía es una de las grandes conquistas de la modernidad. Autonomía de las conciencias, de los comportamientos, de las personas, de los colectivos. Autonomía frente a las tradiciones, las instituciones y los poderes que sólo se consolida cuando puede apoyarse en estructuras ideológicas y en ámbitos simbólicos que garanticen su ejercicio. Autonomía que inaugura nuevos territorios en los que el individuo es el soporte fundamental de la comunidad, el productor por excelencia de la sociedad, en el que lo público se interioriza en lo privado que es su efectivizador más eficaz. En el estudio de Claude Gautier sobre el pensamiento de Bernard Mandeville, Adam Ferguson y Adam Smith L'invention de la société civile, PUF, 1993, vemos cómo surge y se fundamenta este espacio, en el que el individualismo moral hace convivir virtudes e intereses y en el que la autolimitación de la libertad de uno en función de la libertad de los demás, conjuga la independencia de los individuos con la autonomía de los sujetos destinados a constituir un conjunto complementario y convivencial. Por lo demás, esta convivencia fáctica sólo es posible gracias a una serie de mecanismos institucionales y de pautas de sociabilidad, de carácter sistémico o no, que apuntan a la afirmación de la soberanía del área civil. Las diversas concepciones de sociedad civil, desde las más amplias o generalistas hasta las más restringidas, requieren para su funcionamiento pautas y mecanismos fundados en un aprendizaje que sólo puede practicarse si se dispone de los instrumentos adecuados para ello. Desde mediados del siglo XVII y sobre todo en los siglos XVIII y XIX los Salones cumplen esa función y se constituyen en uno de los dispositivos más eficaces para crear alternativas al poder, real primero y republicano después y para producir sociabilidad civil.
Un salón es para Anne-Martin Fugier (Los salones de
Esta sociabilidad a la par cultivada y mundana se ejercitaba desde una informalidad muy formalizada, a días y horas fijas, distinguiendo entre grandes y pequeños días según la calidad de los invitados y el alcance de los temas a tratar, al igual que se abordaban las cuestiones más privadas en la primera sesión, antes de la comida, reservando las de la tarde para los problemas de mayor calado. El rasgo más característico del salón, lo que le constituye en tal, es la existencia y práctica del ingenio -l'esprit-, hasta el punto de que se descalificaba el lugar donde faltaba diciendo que no se trataba de un salón, sino de un comedor. Los salones despojan a
El culto de la cultura
JOSÉ VIDAL-BENEYTO 02/09/2006
Los salones son en Europa a partir del siglo XVII los Templos de la cultura y el instrumento de su culto es la palabra cuyo ejercicio encuentra en la conversación su práctica más eminente. Promovidos y mantenidos por damas de la alta sociedad, que son sus sacerdotisas; artistas, escritores y músicos actúan como oficiantes a los que rodean un coro de acompañantes que ensalzan su inspiración y comentan sus excelencias. París, su centro por antonomasia, multiplica estos lugares de celebración que forman una malla cultural a la que acuden los creadores consagrados por la fama y los que aspiran a serlo. En cada época histórica unos salones-faro polarizan la atención, adoptando causas y modos que les dan un perfil propio.
En la primera mitad del siglo XVIII el salón de
Los salones son una onda cultural que desde París se extienden a las principales ciudades europeas. En Berlín, Federico II y su esposa la reina Sofia-Dorotea introducen los salones, al igual que Caroline de Hesse-Darmstadt y la duquesa Ana-Amelie de Sajonia, ésta última ayudada por Goethe hace de Weimar un lugar de inesquivables encuentros con la cultura. Lady Montaigu en Inglaterra, organiza en torno de Pope, un salón por el que pasan los más notables artistas y creadores de su tiempo. En el siglo XX los salones ceden su protagonismo y su función a reuniones informales que se celebran en cafés, librerías, etc., y se centran en temas específicos. Los salones representan una de las grandes conquistas de la sociedad civil en su voluntad de diferenciarse del poder, tanto monárquico como republicano. En estos microespacios públicos, la parte más dinámica de las minorías cultivadas y las gentes del mundo del pensamiento de las Artes y de las Letras, lograron constituirse, por obra y gracia de la cultura, en avanzadilla de la sociedad civil. En el elemento más razonablemente pugnaz de su clase dirigente.
Un café para Sócrates
JOSÉ VIDAL-BENEYTO 23/09/2006
Comencé hace varias semanas en esta columna un ejercicio consistente en la elucidación histórica y actual de los espacios públicos de la privacidad parisiense. Nos ocupamos primero de los cafés; de ellos pasamos a los pasajes, y ahora estamos en la presentación de los salones, cuyo gran momento fue el siglo XIX. Los salones pierden protagonismo en el siglo XX en virtud de la prevalencia de lo popular y democrático, que deslegitima la condición elitista del salón; y del primado de la autonomía y la informalidad difícilmente compatibles con el talante regentador de las saloneras. Con lo que la función y la actividad de los salones se desplaza a territorios sin casi condicionantes, como las librerías, los cafés, etcétera.
En 1992 un profesor de filosofía del Instituto de Estudios Políticos de París, Marc Sautet, un militante de la popularización de la filosofía, empieza a reunirse los domingos por la mañana en el Café du Phare, en la plaza de
Aunque la espontaneidad sea el rasgo dominante, han tenido que establecer ciertas reglas de funcionamiento. La más importante, la elección de un animador que encuadra los debates, dando la palabra a los intervinientes, impidiendo las interrupciones, pidiendo mayores explicaciones, rogando que se acorte una intervención que se alarga demasiado; proponiendo conclusiones breves que deberán aprobar los intervinientes, etcétera. Lo que no puede hacer nunca el animador es manifestarse en favor de una u otra opción intelectual o ideológica. El soporte teórico básico de los cafés filosóficos es la mayéutica socrática, que frente a la tabula rasa aristotélica que funda la creación filosófica en la aportación del saber formalizado y reconocido, confía esa tarea al espíritu humano en su confrontación con la palabra del otro, en la capacidad germinativa de una disposición interior movilizada por el diálogo/debate. Estos cafés han sido objeto de fuerte contestación por la academia filosófica y publicaciones cultas tales como Le Monde de l'Education, Magazine Littéraire, etcétera, que los han acusado de populismo filosófico y de banalización, cuando no falsificación del saber de la filosofía. Esta objeción que no carece de fundamento ignora que el propósito de estos lugares no es entrar en el análisis de los sistemas filosóficos, sino por una parte someter a debate público los grandes temas de nuestras sociedades contemporáneas, y, por otra, impulsar la práctica de la ciudadanía mediante la aceptación del otro y la escucha y el respeto de sus opiniones aunque disienta de ellas. Los cafés filosóficos, que otros llaman cafés políticos o ciudadanos, tienen que vivir con el oxímoron a cuestas que les hace existir: querer ser populares y rigurosos. Con todo, esta voluntad de introducir pensamiento y compromiso en las conversaciones de café es un proyecto valioso. En el que podrían tomar pie nuestras tertulias madrileñas -Café Gijón, Alabardero, Café Comercial, etcétera- para reforzar su tradición de lugares de discusión y debate.
Nós
Unha das maiores e máis repetidas falacias que se escoitan por aí é isa que di que todas as opinións son respectables…
Grande erro…Confúndese o respecto ao dereito a expresar opinións co respecto ao contido das mesmas. Non estaría de máis lembrar ao vello Voltaire cando dicía aquilo de “detesto o que dis pero defendería ata a morte o teu dereito a dicilo”.
As opinións están para ser criticadas, analizadas, fundamentadas…hai que darlles a volta e miralas por todos os costados…e as que resistan merecerán provisionalmente o noso respecto.
Malia levarmos uns cantos anos de democracia carecemos dunha verdadeira cultura de debate. Baixo esa denominación agóchanse con frecuencia os berros, os insultos, as aldraxes, a simple reiteración dos propios puntos de vista, os “slogans” do políticamente correcto…cando non directamente o lixo co que nos obsequian os medios de comunicación.
Precisamos espazos e tempos para a reflexión, para o diálogo sosegado, para o exercicio consciente da nosa condición de cidadáns libres e racionais.
Este Ateneo que nace é a nosa aportación a esa tarefa. Somos un grupo aberto a todas as persoas. Non pedimos ningunha credencial nin outorgamos certificacións de nada. Ofertamos a posibilidade de transformar a información en coñecemento, a certeza en interrogación, a convicción en exercicio de pensamento…
Se queres compartir algún destes obxectivos…este pode ser un bo lugar para ti.